miércoles, 1 de septiembre de 2010

Introducción

El día era triste, como la mayoría de el invierno en las montañas de Fusen.
Ludwig miraba, la incesante lluvia que duraba ya varios días.
Desde la ventana de su habitación, miraba el lago que se encontraba enfrente de el castillo Hohenschwangau, en el habían desaparecido los cisnes, su preciado animal, que durante los veranos habitaba allí.
En su mente solo se hacia una pregunta , a donde habían ido, “donde descansaran ahora”.
Por que no podría ir el con ellos y alejarse de ese destino de ser rey que tanto temor tenia.
Hubiera deseado ser hijo de cualquier campesino, de aquellos que le eran fiel a su padre, ellos por lo menos tenían libertad, lo que a el le faltaba desde que nació, por haber nacido en el seno de la familia Wittelsbach.
En sus manos sostenía un libro, el cual Leia desde hace días.
Era lo único que podía hacer, en aquella habitación, mientras su madre atendía en la planta de abajo, a unos comensales, que habían llegado urgentemente desde Munich, algo que Ludwig detestaba desde siempre, e intentaba huir todo lo que podía.
Mientras su vista seguía concentrada en las hermosas montañas de Fusen, alguien llamo perspicazmente a la puerta de su habitación.
Ludwig estaba tan inmerso en el paisaje, que apenas hizo caso, de el sonido de los nudillos en la puerta.
La persona que estaba al otro lado de la puerta, cansado de no recibir una respuesta, fue abriendo la puerta poco a poco.
Recibiendo un reproche de Ludwig, por traerle otra vez de vuelta al mundo real.

-Por que osas a entrar sin avisar a mis aposentos. *En su cara se notaba una mueca de molestia*

Inmediatamente te alejo de la ventana, cerro las cortinas verdad de la habitación, con un movimiento brusco, y ante los ojos atónitos de su lacayo, se volvió a sentar en su escritorio, cogiendo aquel libro que llevaba leyendo desde hace días.
Contemplando entonces al muchacho, que le miraba atentamente en aquella habitación. Intentando buscar una respuesta de por que se encontraba allí.

- Y Bien, cual es el motivo de tu intromisión.
- Su madre me hizo llamarle, para que recibiera a su prima Elisabeth, que acaba de llegar de visita.
- Donde esta ella mi dulce paloma por que no me lo dijiste antes.
- Su majestad no me dio tiempo.

Ludwig salio precipitadamente de sus aposentos, bajando las escaleras lo mas rápido que sus piernas le permitían.
Llegando hasta la puerta que daba al salón principal del castillo.
Sacando entonces el peine que guardaba celosamente, en uno de sus bolsillos, arreglando su espesa melena negra.
Suspirando un momento antes de abrir enérgicamente la puerta.
Encontrando la figura delgada y esbelta de su prima.
Que al escuchar el rechinar de la puerta, giro hasta donde estaba Ludwig, acercándose rápidamente hasta la figura de este, estrechándole entre sus brazos. Recibiendo la misma enérgica bienvenida por parte de el.

- Que grata sorpresa, el encontrarte aquí, las ultimas noticias que recibí de mi gente fue que te encontrabas en Corfu.
- Me canse de aquel lugar, y añoraba demasiado a los míos…..

Ludwig interrumpió las palabras de su prima.

- ¿Cuéntame algo de aquel lugar?
- Tiene una cierta similitud con el paraíso, apenas hay casas a su alrededor, y muchas de sus tierras aun siguen siendo vírgenes.
- Como desearía poder escapar de aquí, y huir de mis obligaciones, como haces tu, y no escuchar un día tras otro la incesante lluvia tras los cristales que no nos a dejado en todo el invierno.
- Algún día te llevare conmigo, y podrás disfrutar al igual que lo hago yo, y poder crear nuestra propia historia allí, donde las incomodas normas de etiqueta no existan.
- Me lo prometes sinceramente.
- No me podría negar a mi dulce cisne. Pero ahora debo marcharme, me esperan en Possenhofen.
- ¿Tan pronto te vas?
- No puedo hacer otra cosa, pero no olvides nuestro encuentro dentro de unos días en la Isla de las rosas.

Elisabeth, abandono aquel salón, siendo observada atentamente, por la mirada de Ludwig, que veía como se alejaba por el marco de la puerta.
Fijando otra vez la vista en los cristales, volviendo a ver la lluvia, y maldiciendo esta, perdiéndose otra vez en sus fantasías y pensamientos.
Que lo alejaban de la realidad.


La coronación. Primera parte

La espera de volver a ver a su prima para Ludwig fue interminable, encerrado entre aquellas paredes del castillo de Hohenschwangau.

Los días seguían siendo lluviosos, como si una oscura nube de agua y truenos hubieran maldecido las preciosas montañas de Füsen, los cisnes seguían sin llegar, aunque ya era casi primavera, y la soledad de Ludwig se agravaba en aquel lugar, en el cual ya apenas encontraba consuelo.

Solo observar a los criados hacer sus tareas le parecía divertido, y anhelaba su libertad.

Y como si de una rutina se tratara, todas las mañanas se dirigía a escondidas de su madre hacia la cocina a encontrarse con su amada Aya, aquella a la que el consideraba una autentica madre, de la que había recibido cariño, cuando mas lo necesitaba, aquella que le comprendia sus pensamientos mas secretos, y la persona que fue complice en todo momento de sus escapadas furtivas por la noche con su gran amigo Paul.

Entro sigilosamente en la enorme cocina, y como todos los días, allí estaba ella sentada en la mesa, concentrada en su trabajo como todos los días, sin inmutarse por el repiqueteo de las cacerolas en el fuego, ni el ir y venir de los lacayos.

Como era costumbre de Ludwig, fue sigilosamente hasta ella, siendo observado con ternura por las cocineras allí presentes, que todos los días veían la misma escena, sin dejar de admirar aquel enorme cariño que se tenían entre los dos.

Ludwig se sentó en la silla contigua a su Aya, la cual estaba específicamente puesta allí, esperando al príncipe, como todos los días desde que era pequeño.

Como ocurría todos los días el agarro dulcemente su mano, obligandola a que dejara de remendar aquellos trapos que tenia sobre sus rodillas, acercando esta a sus labios y besándola con cariño. Seguido por las palabras que se escuchaban todos los días en aquella estancia.

-¿A descansado bien mi joven príncipe ?
- Hoy e tenido un hermoso sueño, Paul regresaba y volvíamos a salir juntos a cabalgar como cuando eramos pequeños.
- Mi niño, no quiero que te vuelvas a hacer ilusiones, sabes que eso no podrá volver a ocurrir, su madre lo mando lejos y lo desterró de estas tierras.
- Lo se, y nunca perdonare aquel acto, que me a hecho infeliz durante tanto tiempo, quitandome la amistad de mi querido Paul
- No debe decir esas cosas de su madre, aunque no debió de actuar así, ella lo hizo por todo el amor que le tiene, y vos deberías de demostrárselo alguna vez.
- Ni tan siquiera me dejo despedirme, solo la pedí que me dejara decirle un adiós, y me encerró en mi cuarto como si fuera un animal.

Las lágrimas asomaron, lentamente de los pizpiretos ojos de Ludwig, parecía que en aquella estancia nadie comprendia su dolor, el haber perdido a su leal compañero, lo estaba matando.
Su Aya como había echo muchas veces ya, intento acallar el llanto que poco a poco fue inundando todo el lugar.


La coronación, segunda parte




En la estancia mas escondida de aquel palacio, solo se escuchaban los incesantes llantos de Ludwig.
Si su madre, hubiera escuchado tal lamento y esa muestra de debilidad y sensibilidad, impropia del que fuera a ser el futuro rey de Baviera.
Lo hubiera intentado, poner fin por todos los medio, como había hecho ya anteriormente, de la manera mas cruel, para enderezar a ese niño, el cual nunca había llegado a comprender.
Y ante sus ojos, era un ser inferior, para pertenecer a la importante y majestuosa casa de los Wittelsbach.

Lo que nadie de aquel castillo se imaginaba, era que en escasos segundos, todas sus vidas tornarían, de una manera diferente.
Con el repiqueteo nervioso e incesante, del timbre que se escuchaba, en todos los rincones del palacio.
La persona de mas confianza de la reina, recibió las noticias, que llegaban desde Munich.

Al abrir, aquel portón, pudo ver por la faz, tenue y apagada del emisario, que aquel sobre que le entregaba, no eran buenas noticias para la nación.
No hicieron falta palabras, para saber que la muerte del monarca. Maximiliano se había adelantado, a todos los pronósticos de los médicos de la corte.

La dama, la cual tenia toda la bendición de su majestad, cogio aquella carta temblorosa.
No quería llevar aquellas lúgubres noticias a su soberana.

A paso lento y cabizbaja, sin saber que diría al abrir la puerta, como podría mirar a la cara, y entregarle aquella carta, tan bien lacrada y sellada en Munich.

Lo que debía de ser un camino eterno, se paso en un suspiro, encontrándose de frente aquella enorme puerta, que estaba acostumbrada a abrir todos los días.
La oscuridad de aquella puerta de madera, que seguramente habría ido oscureciéndose con el tiempo, la parecía acorde, con lo que sucedería, nada mas cruzarla.

Se armo de valor, respiro ampliamente y agarrando, fuertemente aquella manilla de frío hierro fundido.
Fue deslizándola, lentamente casi sin apreciar movimiento en ella.
Mientras la puerta se abría, sonando aquel chirrido, ensordecedor que retumbaba en toda la estancia.

Aunque la reina María, era consciente de que alguien había entrado en sus aposentos, su obstinación era mayor y espero, a que la pobre muchacha, le entregara a la mano aquella misiva.

Aun con algo de torpeza y una amplia reverencia, esta entrego la carta, sintiéndose aliviada, de no tener aquel tedioso peso sobre ella.

Su majestad, miraba aquel sobre de color ocre, le daba vueltas, revisaba los bordes, parecía que quería retrasar aquel momento, en el que se diera cuenta , de la nueva realidad de sus vidas.

El sobre ya no venia, lacrado del sello de su marido, aquello le hacia pensar lo peor, y en realidad no se equivocaba.

No se lo volvió a pensar, ni a dar mas vueltas a aquello, dejándolo caer al suelo, abrió la carta, que venia doblada como si de una broma absurda se tratase.

Leyendo en aquel papel con una letra perfecta, las malas noticias, Maximiliano había muerto el día anterior, por una complicación de aquel resfriado que padecía.

Era inaudito, como el señor, le podía haber llamado tan pronto, apenas había cumplido los cincuenta, por que había decidido dejarla tan temprano sola.
No sabia a quien echar la culpa de aquella desgracia, al todopoderoso o a su marido.

Aunque su relación fuera prácticamente nula, ella le había aprendido a querer a su manera.
                 

Y ahora aquella, repentina muerte, sacaba al exterior todos aquellos sentimientos que siempre intentaba ocultar, para no mostrar un a atisbo de debilidad en la corte.